La cabeza del profesor Dowell by Aleksandr Beliáyev

La cabeza del profesor Dowell by Aleksandr Beliáyev

autor:Aleksandr Beliáyev [Beliáyev, Aleksandr]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción, Relato, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1925-01-01T05:00:00+00:00


El nuevo

Poco a poco Marie Laurane alcanzó tal grado de depresión que por primera vez en su vida consideró la idea del suicidio. En uno de sus paseos le dio por imaginar las posibles opciones que tenía para acabar con su vida y estaba tan ensimismada que no se dio cuenta de que uno de los locos se había acercado hasta ella y, cerrándole el paso, le dijo:

—Bienaventurados aquellos que desconocen lo oculto. Todo eso, por supuesto, no es más que cursilería.

Marie dio un respingo y se le quedó mirando. Como todos los demás, llevaba puesta su bata gris. Pelo castaño claro, alto, con un noble y atractivo rostro, atrajo su atención inmediatamente.

«Seguramente es uno nuevo —pensó—. No lleva más de cinco días sin afeitar. Pero el caso es que su cara me recuerda a alguien…»

Y de pronto, el joven le susurró atropelladamente algo al oído:

—Yo la conozco, mademoiselle Laurane. Vi su foto en casa de su madre.

—¿De qué me conoce? ¿Quién es usted? —preguntó sorprendida.

—En el mundo hay muy pocos. Yo soy hermano de mi hermano. ¿O acaso soy mi propio hermano? —dijo el individuo, levantando la voz.

Pasó por su lado uno de los cuidadores, que, disimulada pero atentamente, les estaba observando. Cuando se alejó, el joven continuó en voz baja, aceleradamente:

—Soy Arthur Dowell, el hijo del profesor Dowell. No estoy loco: me estoy haciendo pasar por enfermo con el único objetivo de…

El cuidador se acercaba de nuevo a ellos, y Arthur se fue corriendo y gritando:

—¡Es mi difunto hermano! Tú eres yo y yo soy tú. Tú has entrado en mí, después de muerto. Éramos gemelos, pero fuiste tú el que tuvo que morir…

Y entonces abordó a un tipo melancólico, que se asustó por el inesperado asalto, y se alejó con él a buen paso. El sanitario lo vio desde lejos y fue tras ellos, con el ánimo de defender al inofensivo melancólico del impetuoso demente. Cuando llegaron al final del parque, Arthur soltó a su víctima y siguió otro camino de vuelta hasta Marie, más veloz que su vigilante. Al tenerla a la vista, redujo el paso y pudo por fin acabar la frase sin detener el paso:

—He venido para salvarla. Esté preparada esta misma noche para la fuga.

Y, echándose a un lado, empezó a bailar alrededor de una anciana totalmente ida, que no le prestaba la más mínima atención. Después se sentó en un banco, bajó la cabeza y se sumió en sus pensamientos.

Había interpretado tan bien su papel que Marie no acababa de entender si el desconocido realmente fingía su locura. Pero la esperanza ya había prendido en su corazón. No le cabía la menor duda de que ese joven era hijo del profesor Dowell. Su parecido con el padre saltaba a la vista, aunque la bata gris de la clínica y la barba de varios días lo «despersonalizaban». Además él la había reconocido por una fotografía. Era evidente que había estado en casa de su madre.

Todo eso hacía la historia más verosímil. En cualquier caso, Marie decidió no cambiarse esa noche y esperar a su inesperado salvador.



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